martes, 30 de abril de 2019

Cultura y Educación (Capítulo I)


Un día más voy con prisas, por la mañana temprano, camino del colegio acompañado de mis hermanos. En la mano el cuadernillo de caligrafía, un lápiz de carboncillo y una goma de borrar. No recuerdo de llevar sacapuntas ni carpeta. En el patio del colegio nos colocamos en fila como vamos llegando. A las nueve en punto nos alineamos con el brazo extendido para guardar la distancia igual que en el ejército, para izar la bandera y cantar “El cara al sol”. Terminado este acto cada uno a su clase. Las niñas por un lado y los niños por otro. Por aquellos años los colegios eran mixtos. La educación era obligatoria hasta los catorce años. De nueve de la mañana a la una del medio día y por las tardes de tres a cinco. Los castigos eran una cosa normal, con motivo o sin él, por un descuido de no estar atento a la lección, por no tener buen comportamiento o no hacer los deberes, tienes que copiar cien veces “no hablaré en clase”. El maestro con la regla de madera te obligaba a estirar los brazos y las palmas de las manos hacia arriba, te daba lo que él pensaba que te merecías. Si las quitabas por el miedo al golpe te merecías el doble, de ti dependía como asumías el castigo que él creía que te merecías. De rodillas o con los brazos en cruz y los libros en cada mano, de cara a la pared, al cuartillo oscuro. La disciplina estaba presente y los castigos al día. En mi paso por el colegio aparte de mandarme copiar algunas veces “No hablaré en clase” y otros castigos, recuerdo de darme unos tortazos, al menos tres veces. El primero, sin justificación ninguna, creo que ese azote no me lo merecía. ¿Qué culpa tenía si el pupitre estaba roto y se terminó de romper al sentarme? Un golpe en el suelo y otro en la cabeza con la mano del maestro por no tener cuidado. El segundo por gracioso, al mandarme por unas tijeras para unos trabajos manuales en segundo curso. Tuve la idea de decir “con estas tijeras le voy a cortar las patillas al maestro”. Él estaba detrás de mí, yo no me di cuenta, pero sentí como su mano me pegaba con ganas en la cabeza por graciosillo. El tercer tortazo me lo merecí muy justamente, creo que me lo gané. Estaba en cuarto curso y en la hora del recreo jugaba con un amigo. Le di una broma muy pesada y el profesor me dijo que le pidiera perdón. Yo, como siempre con mis ocurrencias, lo perdoné y dejé caer otra frase “¡te perdono hasta mañana!”.
La disciplina por aquellos años era muy estricta y los profesores no dejaban pasar nada. No olvidaré cuando mi padre le dijo al maestro: “Antonio, yo quiero que tú eduques a mi hijo bien y si le hace falta un tortazo se lo das, después me lo dices que en casa lo arreglaré yo”.
Una buena educación es fundamental, el respeto a las personas, a las cosas, a ser más cultos para saber convivir en sociedad. Los padres y desde el colegio tienen la obligación y el deber de luchar juntos, apoyándose mutuamente, con el fin de conseguir un mundo de valores, ética y moral, inculcándolo desde que nacemos. Aquellos años no los olvidaremos pero se respetaba a los mayores como es ley de vida. Hoy parece que se va perdiendo y dar los buenos días no es costumbre. 
Es un pensamiento subjetivo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

MI MADRE, MI ÁNGEL DE LA GUARDA.

Mi madre, mi ángel de la guarda. Han pasado dos años de aquel atardecer triste de abril; cuando los naranjos estaban en flor, las golondrina...