jueves, 2 de mayo de 2019

Cultura y Educación (Capítulo II)


Estaba en parvulitos y era mi primer año. Recuerdo como explicaba la señorita las primeras letras empezando con las vocales. Poco a poco, en el cuadernillo de rayitas y puntitos con el lápiz, sin control ni pulso, vamos subrayando con trazos grandes y sin precisión. A, e, i, o, u. Paso a paso, aprendimos a unir vocales y consonantes hasta formar sílabas. Solo nos quedaba unirlas y formar las primeras palabras: anillo, mamá, elefante, etc. Todo era muy difícil en este mundo del aprendizaje cuando tienes cinco años. Vamos memorizando todas las letras del abecedario y vamos juntándolas para formar las palabras. Con los vocablos y dibujos en el libro de texto entramos en el mundo de la lectura. La maestra cogía el libro de Álvarez de primer grado y nos leía algunos textos de fábulas y cuentos y todos nos quedábamos con la boca abierta, metidos en ese mundo de la fantasía con personajes de animales o otros seres personificados.
Para colorear los dibujos no disponíamos de lápices de color. Bueno, no todos. Esa caja de cartón alargada “El Pino” donde en su interior contenía seis o doce lápices de todos los colores. Siempre pidiendo prestado a los compañeros o a la señorita, que disponía para estos casos de material.
Recuerdo algunas anécdotas en parvulitos. Los pupitres eran de madera y viejos. Las cabezas de las puntillas sobresalían de las tablas y a veces nos enganchábamos. Yo tuve la mala suerte de ser una víctima de ese percance. Mis pantalones cortos se engancharon y se convirtieron en una falda. Mis amigos lo disfrutaron, se reían a sus anchas, pero yo lo pase muy mal. Agache la cabeza y, avergonzado, ¡qué día más largo! Otra vez aguantando las ganas de hacer caca, para hacerlo en casa, pero el tiempo pasaba y la cosa se puso muy fea. Cuando me di cuenta estaba cagado encima. Yo lo ocultaba para que nada se notará. Era cosa mía. La mierda no se veía, pero para eso estaba el olfato y los compañeros me delataron. Olía a mierda y estaba muy cerca. Tan cerca que yo la tenía debajo. Lo dejo en puntos suspensivos... el mal trago que pasé desde el colegio hasta llegar a casa en la Calleja con las piernas medio abiertas y cagado hasta las trancas.
La señorita a la hora de tomar el desayuno, sentada en su sillón, tranquila abría un cajón de su mesa. En su interior guardaba una bolsa que contenía su desayuno. Acostumbraba a comer fruta. Sacaba una naranja y un cuchillo para pelarla y retirar la cascara. Se quedaba mirando a toda la clase y ponía cara de asesina con el cuchillo en la mano y el brazo en alto. “El que se mueva, hable o parpadee me levanto y le corto la lengua”. Remedio santo. Todos mudos, inmóviles, no nos mirábamos hasta que la señorita terminaba el último gajo. La clase era todo suspense, asustados y con pánico. Esa señorita no se andaba por las ramas. Cuidadito, la lengua estaba en sus manos con ese cuchillo afilado y esa cara de asesina.
Como olvidar algunos momentos que viví en parvulitos mi primera experiencia en el mundo de la educación.

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