Era una bolita de pelo blanco con manchas atigrado. Un
cachorro de San Bernardo robado a su madre y criado a biberón. Toda la familia
lo quería y acariciaba a esa bolita de peluche, regordete y juguetón. Tres
meses de su vida mimado y disfrutando su libertad. Un día le ponen su primer
collar de piel rodeando su cuello y una correa para sacar a pasear y presumir de su cachorro. Pasaban los días y cumplió los seis
meses. Pasaban los meses y cumplió un año, ahora no era una bolita de pelo
blanco con manchas atigrado, pesaba cuarenta kilos, comía como dos y hacía sus
necesidades a montones. Un día llega a casa una triste noticia. Por motivos de
trabajo tienen que abandonar su domicilio y vivir en la ciudad. Su nuevo hogar un pequeño piso y era
imposible llevarse al San Bernardo. Pasaron las semanas y llegó el día de la despedida del animal; un día doloroso para la familia después de dos años a su lado compartiendo su cariño, sus juegos, sus travesuras. Un perro que se daba a querer y les alegraba la vida. El padre le engancha la correa y le invita a dar una vuelta, una vuelta sin retorno. Le habla con humildad pero el San Bernardo tiene su instinto y en el tono de su voz notaba algo.
"Vas a conocer a tu nuevo amo, estarás rodeado de la naturaleza, una huerta sembrada de frutales, hortalizas y en el sotillo escucharás trinar a los pajarillos de la ribera; disfrutarás de cada alborada y cada crepúsculo, dormirás cada noche bajo las estrellas". El animal noble y sumiso, movía el rabo. Fue una despedida dolorosa para su dueño pensando que lo abandonaba y su conciencia no estaba tranquila. Él creía que era lo mejor para el animal y que lo dejaba en buenas manos, marchándose triste y sin mirar atrás con su pena.
El nuevo amo le quita su correa y le coloca una cadena vieja y mohosa, una cadena que llevaría hasta su muerte. Amarrado bajo un nogal y de perrera un bidón de chapa oxidada. De comedero un cuenco sucio, roto. Las moscas y las avispas serían sus compañeras. De bebedero un cubo de veinte litros. En verano el Sol templaba el agua del cubo y en invierno la escarcha la transformaba en hielo. El perro estaba acostumbrado a vivir como un rey en casa, con mimos, caricias, juegos…comida para perros, agua fresca y limpia. El hortelano, un viejo y solitario hombre que vivía de lo que daba la huerta y una pequeña jubilación. No es mala persona y le ofrece lo que tiene al animal.
Bajo el nogal su nuevo cobijo, amarrado con una cadena que cada día le pesa más, una cadena marcando su cuello y su espacio. Ahora lleva una vida de perro, la comida y el agua son más bien escasas. Acostumbra a dormir al raso en la noche y a aullar de pena, como un niño llorando por su madre. La luna lo quiere consolar y las estrellas más cercanas lo miran con tristeza. Él pertenece a una raza de pelaje fuerte y resiste las inclemencias del tiempo. Los inviernos duros de lluvia, de escarchas… en los veranos el viejo nogal le da buena sombra y aprovecha la frescura de la reguera y se tiende a todo lo largo. Como vecino tiene un gallo que cada mañana con su canto cansino lo despierta. El gallo vive como un Sultán rodeado de un harén de gallinas presumiendo de sus plumas y de valiente para llamar la atención. Las pitas no le echan cuentas y siguen picoteando las malas hierbas y escarban la tierra, buscando lombrices e insectos fuera del espacio que marca la cadena. Pobre San Bernardo de pelo blanco y manchas atigrado. Se le va la vida mirando al camino con la ilusión de un día volver a ver a sus dueños, para que le corten la cadena y enganchen de nuevo su correa de piel.
Tendido con la cabeza apoyada en sus patas delanteras, la mirada fija observando cada amanecer. Un bonachón grandullón con un corazón como él. Un animal cariñoso, dulce y tolerante, un protector de la familia. El sol en el horizonte va ganando altura, los rayos del sol atraviesan el ramaje de la arboleda. La huerta está tranquila y el viejo hortelano como cada mañana hacía rato que bajó con un canasto de mimbre a la espalda. Así pasaban los días, escuchando los gorriones pelearse, los ladridos de los perros de los vecinos, la visita de las gallinas… así pasan los años observando vestirse y desnudarse el nogal, la limpia de los frutales, la chimenea encendida, un manto de hojas, una vida amarrada bajo un nogal. Él como siempre tranquilo, paciente y poco ladrador. Un romántico soñador que veía como sus sueños se esfumaban, solo lo mantenía vivo la ilusión de sentir de nuevo el calor y las caricias de los que lo criaron a biberón.
"Vas a conocer a tu nuevo amo, estarás rodeado de la naturaleza, una huerta sembrada de frutales, hortalizas y en el sotillo escucharás trinar a los pajarillos de la ribera; disfrutarás de cada alborada y cada crepúsculo, dormirás cada noche bajo las estrellas". El animal noble y sumiso, movía el rabo. Fue una despedida dolorosa para su dueño pensando que lo abandonaba y su conciencia no estaba tranquila. Él creía que era lo mejor para el animal y que lo dejaba en buenas manos, marchándose triste y sin mirar atrás con su pena.
El nuevo amo le quita su correa y le coloca una cadena vieja y mohosa, una cadena que llevaría hasta su muerte. Amarrado bajo un nogal y de perrera un bidón de chapa oxidada. De comedero un cuenco sucio, roto. Las moscas y las avispas serían sus compañeras. De bebedero un cubo de veinte litros. En verano el Sol templaba el agua del cubo y en invierno la escarcha la transformaba en hielo. El perro estaba acostumbrado a vivir como un rey en casa, con mimos, caricias, juegos…comida para perros, agua fresca y limpia. El hortelano, un viejo y solitario hombre que vivía de lo que daba la huerta y una pequeña jubilación. No es mala persona y le ofrece lo que tiene al animal.
Bajo el nogal su nuevo cobijo, amarrado con una cadena que cada día le pesa más, una cadena marcando su cuello y su espacio. Ahora lleva una vida de perro, la comida y el agua son más bien escasas. Acostumbra a dormir al raso en la noche y a aullar de pena, como un niño llorando por su madre. La luna lo quiere consolar y las estrellas más cercanas lo miran con tristeza. Él pertenece a una raza de pelaje fuerte y resiste las inclemencias del tiempo. Los inviernos duros de lluvia, de escarchas… en los veranos el viejo nogal le da buena sombra y aprovecha la frescura de la reguera y se tiende a todo lo largo. Como vecino tiene un gallo que cada mañana con su canto cansino lo despierta. El gallo vive como un Sultán rodeado de un harén de gallinas presumiendo de sus plumas y de valiente para llamar la atención. Las pitas no le echan cuentas y siguen picoteando las malas hierbas y escarban la tierra, buscando lombrices e insectos fuera del espacio que marca la cadena. Pobre San Bernardo de pelo blanco y manchas atigrado. Se le va la vida mirando al camino con la ilusión de un día volver a ver a sus dueños, para que le corten la cadena y enganchen de nuevo su correa de piel.
Tendido con la cabeza apoyada en sus patas delanteras, la mirada fija observando cada amanecer. Un bonachón grandullón con un corazón como él. Un animal cariñoso, dulce y tolerante, un protector de la familia. El sol en el horizonte va ganando altura, los rayos del sol atraviesan el ramaje de la arboleda. La huerta está tranquila y el viejo hortelano como cada mañana hacía rato que bajó con un canasto de mimbre a la espalda. Así pasaban los días, escuchando los gorriones pelearse, los ladridos de los perros de los vecinos, la visita de las gallinas… así pasan los años observando vestirse y desnudarse el nogal, la limpia de los frutales, la chimenea encendida, un manto de hojas, una vida amarrada bajo un nogal. Él como siempre tranquilo, paciente y poco ladrador. Un romántico soñador que veía como sus sueños se esfumaban, solo lo mantenía vivo la ilusión de sentir de nuevo el calor y las caricias de los que lo criaron a biberón.
De paso por la vida.
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