lunes, 10 de junio de 2019

Cultura y Educación (Capítulo IV)

Mis padres, con todo su dolor, nos tuvieron que sacar del colegio. No fue un capricho ni por lujos. Las necesidades de aquellos años para comer y vivir un poco más decentemente. Jamás los juzgué culpables. Eran años difíciles para la clase obrera. Estudiar y sacar una carrera quedaba para las familias acomodadas. Las consecuencias de las malas políticas de los gobernantes, que no se implicaban lo suficiente, y asumían una tasa tan baja en escolaridad, un analfabetismo de un sesenta por ciento hacen un pueblo inculto. Una buena base en educación y cultura contribuye a formar y crear una sociedad libre y culta.

Hablar de cultura es muy fácil. La palabra cultura tiene un significado muy extenso. Conjunto de conocimientos e ideas no especializadas adquiridos gracias al desarrollo de las facultades intelectuales, mediante la lectura, el estudio y el trabajo. Incluye el arte, las creencias, la ley, la moral, las costumbres y todos los hábitos y habilidades adquiridos por el hombre. Es de origen latino cultus que significa “cultivo”. A su vez deriva de la palabra latina colere. La cultura, en la lengua latina, entre los romanos, tenía el sentido de la agricultura, y se refería al cultivo de la tierra para la producción.

En los parajes naturales de Badolatosa, junto a la orilla del río Genil, mi familia aprovechaba las tierras más fértiles para el cultivo de la huerta. Me imagino que mis ancestros vivirían en chozas. Construidas por ellos mismos, levantando unas paredes a media altura de arcilla y un entramado de palos con cañas y varetas de olivo. Un refugio para resguardarse de las inclemencias del tiempo. En esa misma ribera, mi abuelo tenía su casa: sus paredes de tierra prensada, piedras y ladrillos viejos, enlucidas con una capa de yeso grueso. Una cocina comedor con la chimenea y el suelo empedrado. La segunda planta, la cámara, donde dormían todos juntos. Su cubierta fabricada con un entramado de vigas, cañas y tejas árabes. Bajo ese techo y esas paredes se crió mi padre junto a su familia. Comiendo de lo que daba la huerta. Tan humildes que de niños no tenían zapatos y sólo una vestimenta, que cuando se la quitaban para lavarla, esperaban  desnudos por no tener otra muda. 

Para mi familia su cultura era labrar la tierra de la huerta. El sol y el agua que levantaba la noria para regar sus hortalizas y frutales. Ellos, sin saber leer ni escribir, conocían y se valían de lo que escucharon de sus ancestros que eran gente sabía. Se guiaban por las lunas y las estaciones del año. Recoger las mejores semillas y guardarlas para la sementera. Preparar la tierra para la siembra. Cada hortaliza tiene una época para replantar. La fecha de la poda. Qué horas eran las mejores para regar las plantas. Aprovechaban todos los recursos naturales que tenían en su entorno. Del soto cortaban las cañas para guiar los tomates. Las hojas de la misma planta o la enea las utilizaban para amarrar las  lechugas, la escarola. Del río, la pesca, de la sierra y el monte conocían cada rincón. Poner las trampas para la caza. Dónde se criaban las mejores esparragueras, trigueras, serreñas, morunas. Las matas de las alcaparras, almendros, las collejas, el cardillo, la verdolaga, el esparto, las plantas medicinales, las aromáticas. Una cultura de supervivencia. Ir viviendo cada día del fruto de la tierra donde nacieron. Su educación consistía en el respeto a los mayores como un privilegio. Apreciar y valorar lo poco que tenían. No era mucho, otras familias tenían menos. La honradez estaba presente, la familia unida. Los amigos eran de verdad. Una educación que se trasmitía de padres a hijos. Pobres y humildes sin lujos. En un  rincón de nuestra Andalucía, donde la marginación de los pueblos estaba presente. Con tan poco hablan de sus recuerdos con alegría. Los juegos en el soto, los baños en el río, las historias orales que su padre les contaba al lado de la lumbre en los días de lluvia. ¡Para ser felices no necesitarían tanto! Un ropero lleno de vestidos, zapatos, los que no te pones, muebles llenos de tonterías… Cuentan que pasaron muchas necesidades. Que los rábanos y las papas quitaron muchas hambres. Que las hortalizas no cubrían tantas carencias en la casa y con ayuda de los jornales de la siega, las temporadas de las cosechas de la aceituna fueron pasando los años. Se hacían mayores y querían emprender una nueva vida, la suya. 

Mi padre formó su familia, no sabía escribir ni leer. Nunca pisó la escuela. Pero firmaba con su nombre y su primer apellido. Su rúbrica identificaba a un hombre que no tenía estudios. Unas letras grandes, desordenadas y unidas con el mismo trazo. Mi madre me sorprendía. Estuvo en el colegio de paso y aprendió a leer y no a escribir. Al igual que mi padre imprime su firma con los mismos trazos en todos los documentos que lo requieren, como he comentado anteriormente. Nos educó como a él lo educó su padre. Unos principios de respeto a las personas mayores y a los demás. Saber convivir con la gente. Valorar lo que se tiene. Dar gracias por lo que recibimos.  No querer apropiarte de lo ajeno. No ser envidioso ni vanidoso. La familia lo primero. Ayudar y echar una mano siempre. Tener ética y moral. Ser uno mismo. Saber estar en tu puesto de trabajo. No dejarme llevar por otros caminos que no llevan a ninguna parte. Una lista que no terminaría nunca. 

El primer libro que tuvimos en casa de mis padres fue el libro de familia numerosa. Un libro donde se fueron llenando las páginas al irse registrando en el juzgado de paz de Badolatosa cada uno de mis hermanos.  En casa teníamos una cómoda de madera con cinco cajones que compró como dote cuando se casaron. En el primer cajón empezando por la parte de arriba guardaban todos los papeles que teníamos en el hogar. El libro de familia numerosa, la cartilla de la seguridad social donde justificaba el nombre de cada uno para tener derecho a una sanidad pública y gratuita. Los recibos de las cotizaciones del régimen agrario que cada mes pagaba. Las facturas de este mueble que en realidad eran unos papeles donde ponía me deben y entrega. Unas quinientas pesetas para pagarlas en plazos durante un año al carpintero artesano que se la elaboró. Las facturas de la primera bicicleta, un lujo en aquellos años. Todos no disponían de ese medio de locomoción. Para pagarla en dos años cómodamente por el valor de 700 pesetas. Las facturas de la lavadora. Mi madre les recordaba a sus vecinas con alegría el detalle de su marido. El mejor regalo material que mi padre le hizo a mi madre en toda su vida. Los recibos del alquiler de la casa donde vivimos en la barriada San José Obrero. Algunas nominas  de las jornadas que mi padre trabajaba en las empresas de la construcción. Ese cajón contenía toda la lectura gramática, la más importante de mi familia, bajo llave. Sin contar las hojas de periódicos que embalaban algunos productos que se compraban. La lata de leche condesada “La Lechera”, los envoltorios de las pastillas de jabón “Heno de Pravia” o la caja de gaseosa “El Tigre”. Con mucho esfuerzo fueron llegando los  cuadernillos y las cartillas.  Con la Ley General de Educación Básica de 1970 llegan los libros de texto y las fichas individuales de cada asignatura. Lengua o lenguaje, Matemáticas, Ciencias, Física y Química, Naturaleza y Sociedad, Catecismo. Fueron pasando los años y los libros pasaban de unas manos a otras. ¡Seis hermanos! Mirando por ellos, forrando las pastas. Perder la mala costumbre de subrayar algunos apuntes y doblar las hojas.  A veces nos lo cambiábamos con otras familias para sacar el máximo rendimiento. 

Una tarde pasaron por casa unos vendedores de libros. Vendían un Diccionario enciclopédico Larousse, 10 volúmenes  de la Real Academia Española y siete tomos de la Librería Editorial Argos de los años 1968 a 1971. Primeras ediciones. Títulos de volúmenes: 1º Dime por qué, 2º Dime qué es, 3º Dime dónde está, 4º Dime cómo funciona, 5º Dime cuéntame, 6º Dime quién es, 7º Dime cuál será mi profesión. Mi padre nos consultó sobre cual nos ayudaría mejor para estudiar. Las dos ediciones eran interesantes. La enciclopedia la tendríamos. Hay para consultar cualquier duda, el significado de todas las palabras y su contenido. Pero de mutuo acuerdo, todos los que podíamos opinar coincidimos en  adquirir los siete tomos de Argos. Las  preguntas que tantas veces nos hemos hecho las podíamos obtener con las ilustraciones en color y las respuestas para niños y mayores. Tres mil quinientas preguntas con sus respuestas. Un mundo apasionante que fue positivo y aprovechamos. Han pasado cuarenta y ocho años y los conservamos en recuerdo de los primeros libros que entraron en casa. 

La cultura de las bellas artes se compone y divide en muchas ramas. Todas son interesantes y nos ayudan a sentirnos más libres. Nos aportan algo a cada uno en un momento de ocio, en nuestras vidas nos ayudan a sentirnos más felices, a relajarnos, a disfrutar de  un mundo donde la imaginación no tiene fronteras.
¡Cuántas emociones con una obra de teatro de Federico García Lorca cómo “Bodas de Sangre”!
¡Cuántas reflexiones con la escultura de Auguste Rodin, “El Pensador”….!
¡Quien no se ha relajado con la música de Leo Rodas con la flauta de pan, “El Cóndor pasa”….!
¡Cuántas carcajadas con los Hermanos Marx en el cine con la película “El Camarote”.!
¡Quien no ha leído los relatos poéticos de Juan Ramón Jiménez “Platero y Yo”.!
¡Cuántos hemos  soñado perdernos por la arquitectura Andalusí en La Mezquita de Córdoba o La Alhambra de Granada….!
¡Cuántos ojos han admirado las pinturas de los cuadros de Velázquez, Murillo, Julio Romero de Torres…!
¡Quien no ha movido los pies y ha sentido correr por su cuerpo un cosquilleo viendo la danza flamenca. Ese golpeo de pies o taconeo. Una explosión emocional de pasión en un cuerpo de bailaor/a, inspirado en la música y el baile flamenco. Como Joaquín Cortés o Carmen Amaya! 

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