Berja.
13 de Agosto de 1902
Mí
querido Vicente, ¿como
estás?, nosotros, nos encontramos bien. En la última carta que
mandaste nos decías que estabas bien aunque la comida del rancho era
poca y mala y que la situación en la mina no era buena debido a la
poca seguridad de las galerías, que hay frecuentes desprendimientos,
que ocurren accidentes y que algunos compañeros han perdido la vida
pero nadie hace nada para mejorar las minas y cualquier día puede
pasarte algo ya que los dueños y el ingeniero callan sabiendo la
situación.
Ya
me dirás cómo
andas de ropa, las camisas y los pantalones te los zurcí, ese
trabajo desgasta la tela y siempre parece que está sucia. Por lo que
me dices vas a lavarla al pilón de la fuente en la ermita de la
Fuensanta desde aquí rezo para que la Virgen te proteja.
Vicente
cuídate, tienes que comer más que te conozco, con el dinero que nos
mandas nos apañamos y vamos tirando. No olvides que tú
lo eres todo para nosotros y si
te ocurriera algo no sé lo que pasaría. Van para cuatro meses que
no te vemos ni sabemos de ti, tus padres, sobre todo tu madre
pregunta todos los días a ver si ha llegado carta.
La
mina es un trabajo metido en las entrañas de la tierra, sin luz,
respirando polvo, trabajando mucho, ganando poco y pensando más. La
vida es dura para un minero que sabe cuando entra en la galería,
pero no cuando va a salir. Joaquín, Soledad y Vicente preguntan,
cuando vuelve papá,
¿donde
está?, ¿qué
está haciendo?. Isabel, con siete meses, es muy graciosa, tan viva y
con tu misma sonrisa. La suerte es que tengo a nuestros hijos, ellos
me dan la vida para seguir luchando, eso hace que los días sean más
cortos. Vicente le das las gracias a tu compañero de Casariche por
ayudarte tanto y hacer que el trabajo sea más llevadero.
En
la última carta me dijiste que subías a lo más alto de la sierra
La Cabrera para mirar hacia Berja por si nos podías ver, que eso te
hacía sentirte más cerca de nosotros. Tu corazón es grande, y en
un hueco, caben tus hijos y yo. Los niños te echan de menos y a mí
me gustaría subir a la sierra La Cabrera para estar a tu lado, ver
lo que tú ves y sentir lo que tú sientes, porque yo también te
echo de menos como esposa y como madre, criar una familia sola es
duro, si no fuera por nuestros padres que nos dan cariño y nos echan
una mano. Pronto estarás con nosotros en las fiestas de la patrona,
ojalá
encontraras un trabajo en el pueblo para dejar la mina que nos está
quitando la vida.
Tu
esposa Isabel, tu Isabelita, como tú me dices se despide de ti con
esta carta de amor, amor de madre para tus hijos, amor de vida para
que sigas luchando, amor de luz para que te ilumine en la mina, amor
de esperanza para que no la pierdas. Amor el nuestro, que es grande y
que perdure. Tu Isabel, tu esposa, pronto estaremos juntos, un beso
de tus hijos.
El
15 de Agosto de1902 un accidente en las minas de Corcoya acabó con
la vida de Vicente y muchos más. Isabelita perdió su gran amor, su
esposo, el padre de sus hijos, lo perdió todo. Su vida se quedó
en aquella mina, con Vicente. Su
cuerpo descansa en paz en el cementerio de Badolatosa, con sus
recuerdos, las penas, los pensamientos de algún día volver a Berja
para ver a sus hijos, a los padres y a su gran amor, Isabelita.
Por
la vida de Vicente la compañía pagó la cantidad de 1970 pesetas,
eso es lo que costó su vida.
Juan
Reyes Sánchez
Estoy conmocionada por esta historia real ocurrida en Corcoya hace más de 100 años.
ResponderEliminarGracias por compartirla, Juan Reyes.
ResponderEliminarUna carta entrañable y triste, por el fatal desenlace.
ResponderEliminarPero cargada de lo más importante, de amor.
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