jueves, 29 de abril de 2021

El Cerezo de las Huertas de la Manga (2ª parte)

Pasaron los años y el cerezo escondido entre romeros, retamas, coscojas y lentiscos, fue criando y ganando altura y espacio, como un almendro silvestre. Era un cerezo muy especial. Preguntaba por todo, pero nadie le contestaba. Un día de primavera pasaba una abeja revoloteando de flor en flor. Aprovechando que se acercaba le preguntó: “¿Quién eres tú?”.   “¿Quién soy yo?”. Tanto insistía que la pobre abeja le respondió: “Yo soy una abeja obrera. Voy recogiendo el néctar y el polen de las flores para fabricar la miel. La comida de mi colonia en época de escasez. Sin darme cuenta, voy polinizando las flores. Un trabajo que tiene su recompensa, dando origen a nuevas semillas y frutos. Vivo en una colmena con miles de obreras como yo. Tenemos los zánganos, responsables de la seguridad. Una sola Reina, que se alimenta de polen y néctar. En la temporada de puesta llega a poner unos mil huevos por día. Cuando empiezan a nacer las larvas, las abejas nodrizas las van alimentando con jalea real.  Vivimos en sociedad, una colonia donde cada uno tiene que cumplir con su labor….”

“Tú eres un cerezo y tu fruto son las cerezas en forma de corazón. Nacen en ramilletes o de dos en dos. Tu familia son las Rosáceas con más de tres mil especies diferentes: el melocotonero, el albaricoque, el almendro, el ciruelo… Nacieron lejos, al Sureste de Europa y Oeste de Asia  (Prunus Cerasus), un cerezo silvestre. Lo introdujeron los Persas y los Romanos en el siglo I y su cultivo se popularizó en el siglo XVI. Prefieren inviernos largos y fríos, los veranos cortos y calurosos. Las noches frescas y primaveras templadas. Otro día seguiré contando más de tu especie, te diré que a doscientos metros de aquí hay unas huertas, donde hay plantados frutales de tu especie. Si consigues alcanzar seis metros de altura los veras.”
 
El pobre cerezo se quedó de hojas caídas al ver que la abeja sabía tanto de la vida. No le dio tiempo a darle las gracias. La abeja con su zumbido se marchó revoloteando, cargada de polen en sus patas y abdomen. Haciendo uno de los actos más importantes y beneficiosos para las plantas, les ayuda a la polinización de sus flores y, con ello, a la conservación de la Biodiversidad y sus ecosistemas.

Los años pasaban y el cerezo fue creciendo lentamente. Un árbol abandonado, su ramaje y varetas lo tenían ahogado. Necesitaba la mano del hombre para podarlo y coger altura. Su ilusión era ver la huerta de La Manga con los cerezos en flor. Esta primavera, una pareja de verderones se posaron en su copa, no paraban de trinar alegres y divertidos. Era la época de aparejarse y ellos se arrullaban. El cerezo, al escuchar su canto, ese gorjeo melódico de amor, les preguntó de dónde venían. Ellos con su trinar le respondieron: “Viajamos por Europa y el norte de África.” El cerezo que estaba aburrido, aprovechó la ocasión y les brindó el mejor sitio de sus ramas para construir su nido y sacar sus polluelos esta primavera. Sólo les puso una condición, que le contaran sus viajes por todos esos países y  qué se siente al volar. Fueron construyendo el nido poco a poco, con tallos largos y flexibles,  dándole la forma de copa, en su interior iban colocando trozos de hierba seca y musgo con algo de plumón. Terminado el nido, la hembra fue depositando los huevos y se quedó para incubarlos. El verderón, en los atardeceres más tranquilos, posado en lo más alto del cerezo, aprovecha para contarle sus vivencias vividas de paso por otros países y la sensación que se tiene al volar. “Con las alas abiertas y dejarse llevar por el viento, no se puede expresar con palabras la sensación de libertad en el cielo. Arriba eres tú mismo, sólo tú, libre con las alas extendidas. Todo se ve distinto y diferente, en lo más alto. Los ríos, las montañas, los valles, el mar, los pueblos…un mundo lleno de colores y paisajes incomparables. Las fronteras no existen y todo parece grandioso a los ojos, sin saber explicar…”  El cerezo se quedaba ilusionando y soñador, al escuchar al verderón contar sus viajes y ver el mundo desde el cielo. “Yo jamás volaré, para ver la belleza que hay en la Tierra, solo me conformaría con ver los cerezos de las huertas  La Manga”. Los verderones, después de sacar dos crías de polluelos este año, tenían que seguir su camino. Una mañana temprano, sin despedirse, salieron con destino para el Norte de África.

lunes, 19 de abril de 2021

El Cerezo de las Huertas de la Manga (1ª Parte)

Era una tarde a finales de la primavera y entrada del verano. En las huertas de La Manga acostumbran a madrugar los hortelanos para preparar la tierra. Azada en mano quitando las malas hierbas, arreglando la reguera para que corra el agua por los canteros… Después de toda una mañana de laboreo lo mejor es comer, descansar y  echar la siesta. Esta tarde se dejó caer una bandada de estorninos por Las Huertas de La Manga. En una de las huertas, el hortelano tenía sembrado hortalizas y frutales: manzanos, perales, granados… y unos diez cerezos. Este año la cosecha había cuajado y los más tempranos no podían con las cerezas. 

Los estorninos, después de un día en ayunas, vieron esos frutos rojos y carnosos en ramilletes. Comenzaron a picotear, con tanta hambre y alboroto de alegría que despertaron al hortelano que estaba dando una cabezada. Salió de la morada y cuando se percató de lo que estaba pasando, con los brazos en alto, y muy enojado, exclamó “¡Fuera de aquí, iros a comer a otro sitio, que mis cerezas no son para que las degusten vuestros picos!” Con las voces que daba, un estornino, con el miedo se tragó una cereza con el hueso. 

Los estorninos asustados arrancaron el vuelo y se posaron en una alameda de álamos blancos, junto a la orilla del río Genil. Estaban descansando en las copas y las ramas. Alegres y cantaores, parloteando entre ellos, comentaban lo buenas que estaban, el sabor que tenían y el susto que el hortelano les había metido, con tantas voces y espanto. La tarde se echaba y el sol se perdía por los cerros. Esta noche se cobijaran en los enramados tranquilos y con los buches llenos. En medio de la noche se despertó un estornino. El pobre con los retortijones, la ingestión de tantas cerezas y el hueso que se tragó. De tanto apretar se cagó, se libró del hueso y a los de abajo los despertó llenos de excrementos. Un alboroto se formó y, con tanto refunfuño, cuando se dieron cuenta el sol estaba saliendo. Arrancaron en vuelo, todos juntos hacia el cerro Espejo, por el Sur. 

Pasaron los días y una noche un pequeño ratón de huerta buscando comida tropezó con el hueso ¡Qué alegría, comida, una semilla, la guardaré en la despensa de la madriguera para pasar el invierno! Caminaba tan contento con su hueso que se olvidó por un momento que la lechuza lo vigilaba. Para la lechuza fue una presa fácil de atrapar. Con su vuelo silencioso y sus garras afiladas lo agarró y se lo llevó en la noche. El pobre ratón no soltó el hueso. La buena o mala suerte. La lechuza, a unos doscientos metros, en una la línea eléctrica fue a dar con un cable. Ella se salvó. El ratón se escapó y el hueso, en medio de una pequeña herriza, en la tierra calló. 

Pasó el verano y el otoño llegó lluvioso. Con las aguas el terreno se ablandó y el hueso quedó enterrado. Pasó el invierno y la primavera llegaba con fuerza y hermosura. La tierra mantuvo la humedad y la semilla germinó.

MI MADRE, MI ÁNGEL DE LA GUARDA.

Mi madre, mi ángel de la guarda. Han pasado dos años de aquel atardecer triste de abril; cuando los naranjos estaban en flor, las golondrina...