lunes, 19 de abril de 2021

El Cerezo de las Huertas de la Manga (1ª Parte)

Era una tarde a finales de la primavera y entrada del verano. En las huertas de La Manga acostumbran a madrugar los hortelanos para preparar la tierra. Azada en mano quitando las malas hierbas, arreglando la reguera para que corra el agua por los canteros… Después de toda una mañana de laboreo lo mejor es comer, descansar y  echar la siesta. Esta tarde se dejó caer una bandada de estorninos por Las Huertas de La Manga. En una de las huertas, el hortelano tenía sembrado hortalizas y frutales: manzanos, perales, granados… y unos diez cerezos. Este año la cosecha había cuajado y los más tempranos no podían con las cerezas. 

Los estorninos, después de un día en ayunas, vieron esos frutos rojos y carnosos en ramilletes. Comenzaron a picotear, con tanta hambre y alboroto de alegría que despertaron al hortelano que estaba dando una cabezada. Salió de la morada y cuando se percató de lo que estaba pasando, con los brazos en alto, y muy enojado, exclamó “¡Fuera de aquí, iros a comer a otro sitio, que mis cerezas no son para que las degusten vuestros picos!” Con las voces que daba, un estornino, con el miedo se tragó una cereza con el hueso. 

Los estorninos asustados arrancaron el vuelo y se posaron en una alameda de álamos blancos, junto a la orilla del río Genil. Estaban descansando en las copas y las ramas. Alegres y cantaores, parloteando entre ellos, comentaban lo buenas que estaban, el sabor que tenían y el susto que el hortelano les había metido, con tantas voces y espanto. La tarde se echaba y el sol se perdía por los cerros. Esta noche se cobijaran en los enramados tranquilos y con los buches llenos. En medio de la noche se despertó un estornino. El pobre con los retortijones, la ingestión de tantas cerezas y el hueso que se tragó. De tanto apretar se cagó, se libró del hueso y a los de abajo los despertó llenos de excrementos. Un alboroto se formó y, con tanto refunfuño, cuando se dieron cuenta el sol estaba saliendo. Arrancaron en vuelo, todos juntos hacia el cerro Espejo, por el Sur. 

Pasaron los días y una noche un pequeño ratón de huerta buscando comida tropezó con el hueso ¡Qué alegría, comida, una semilla, la guardaré en la despensa de la madriguera para pasar el invierno! Caminaba tan contento con su hueso que se olvidó por un momento que la lechuza lo vigilaba. Para la lechuza fue una presa fácil de atrapar. Con su vuelo silencioso y sus garras afiladas lo agarró y se lo llevó en la noche. El pobre ratón no soltó el hueso. La buena o mala suerte. La lechuza, a unos doscientos metros, en una la línea eléctrica fue a dar con un cable. Ella se salvó. El ratón se escapó y el hueso, en medio de una pequeña herriza, en la tierra calló. 

Pasó el verano y el otoño llegó lluvioso. Con las aguas el terreno se ablandó y el hueso quedó enterrado. Pasó el invierno y la primavera llegaba con fuerza y hermosura. La tierra mantuvo la humedad y la semilla germinó.

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