martes, 22 de octubre de 2019

El Milagro Fallido

Estaba en el rellano de la ermita de la Virgen de la Fuensanta en la aldea de Corcoya. Las campanas repicaban. Era el último toque para la misa de un difunto. Los familiares, amigos, compañeros y vecinos lo acompañaban. Sería su última visita al santuario, donde él fue tantas veces  acompañando a su virgen en la romería a pedir con devoción salud para su familia. Las bancas de madera estaban ocupadas y las puertas abiertas. La gente fuera en silencio. Yo, en el rellano, frente al altar de la ermita. El párroco dijo: “Sentaos” y tomé asiento en un poyete de obra rustica. Por un momento bajé la mirada al suelo. Bajo mis pies un hormiguero. El párroco decía: “Después de la muerte...” Yo  tranquilo observo a una hormiga que cargaba con una semilla en la boca. Estaba dando vueltas por el hormiguero. Se acercaba al agujero pero deprisa se daba la vuelta, una y otra vez. Repetía la misma escena, mientras todas alegres entraban con su alimento en la boca. Era la temporada de almacenar y llenar los graneros para el invierno. La miro fijamente para confirmar que era cierto. No encontraba explicación al problema. Por un momento quise ayudar, ¿pero porqué? La naturaleza es sabia, mejor dejarlo todo como está. La misa avanzaba y yo preocupado por la situación de angustia que estaba viviendo esa pobre hormiga. Con los brazos apoyados en mis rodillas y los ojos puestos en su empedrado. Unas piedras de cantos rodados con historia. Si las piedras hablaran…


¿Cuánto dolor y sufrimiento han pisado con pies desnudos y la mirada al cielo? La fe y la devoción de cada uno buscando una solución a sus problemas. Año tras año se fueron gastando por fieles con velas y ofrendas para pedir un milagro a su virgen. La primavera va dando paso al verano y el párroco nos manifiesta el amor a los seres vivos. Yo me siento como un buen samaritano y cristiano. Quiero hacer un milagro. Con toda mi bondad y cuidado de no hacerle daño a esta hormiga descarriada, perdida o con demencia, ¿no sé? Con las puntas de los dedos muy suave la agarro mostrando mi amor a los animales. La voy dejando caer en el agujero del hormiguero para enseñarle donde está la entrada. Terminaba la misa y no me dio tiempo a santiguarme, solo fue un instante. Todas se abalanzaron sobre ella hasta darle muerte. No lo comprendía, lo único que yo quería es ayudarle a terminar su trabajo introduciéndola dentro. Fue un milagro fallido, lo reconozco. Al levantar los pies lo comprendí mejor. Estaba tapando con mi zapato la entrada de su hormiguero y era de otra especie. Ese día me quedó muy claro que los milagros no es lo mío y comprendí que con  la naturaleza  no se juega.
 
De paso por la vida.
 

J.Reyes   

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