martes, 28 de mayo de 2019

Cultura y Educación (Capítulo III)

Mi paso por el  colegio fue un aprendizaje obligatorio. Todos teníamos el derecho a una educación pública y gratuita. Enseñarme a escribir, leer y aprender lo más esencial en la vida. Tener una formación con un objetivo: Integrarme  en la vida para vivir en sociedad como personas, y con suerte, ser el día de mañana una persona preparada y culta. El analfabetismo estaba al día. La poca cultura por desconocimiento o por motivos económicos… Cada año fui avanzando de curso. De primero a segundo, donde repetí. Fue positivo y me ayudó a ser más fuerte y comprender que hay que aprovechar las oportunidades que la vida nos da, valorarse a uno mismo y sacar fuerzas, voluntad me sobraba. Ese curso tuve las mejores notas de toda la clase. 

Cada año intentaba aplicarme en las materias de: Lectura, Escritura, Naturaleza y Vida Social; era la más apasionante y de mayor interés para mí; Educación Cívico-Social; disfrutaba con conocer las relaciones de los hombres entre sí y con su medio; la geografía, la economía, las políticas… En las Matemáticas la base fundamental, la aritmética, creo que lo llevaba bien. El álgebra con los números, letras y signos no tanto. Los conocimientos de geometría con los puntos, rectas, polígonos, poliedros, triángulos, teorema de Pitágoras, etc... intentaba aprender y entenderlo. La nota no pasaba de un seis. En la asignatura de Lengua Española siempre quise enriquecer mi vocabulario tanto la oral o hablada como  la escrita o gráfica. El diccionario lo usaba para cualquier duda. Pero siempre hay un pero en cada tema y te pierdes. La edad o el desconocimiento a ese mundo de la Gramática con las partes fundamentales: Sintaxis, Morfología, Semántica, Fonología. Interés me sobraba, pero en los exámenes de seis no pasaba. Formación Religiosa, el catecismo nos enseñó a rezar el padre nuestro, los mandamientos e inculcar la doctrina y la moral católica. Lo que no puedo olvidar en el mes de mayo, con toda la calor, nos metían en una clase a todos los niños juntos para cantar el Ave María. Educación Artística, disfrutaba con el dibujo y los trabajos manuales.  

Los idiomas no eran obligatorios por aquellos años, pero en el curso de quinto dimos Inglés. Era una cosa nueva para nosotros y no le prestábamos mucha atención. La maestra se entregaba y ponía interés, pero nuestro comportamiento no fue el correcto o la poca cultura de un pueblo con pocas aspiraciones a otras lenguas. Pocas palabras aprendimos y a la pobre señorita la teníamos aburrida. Reconozco que nos merecíamos un castigo con toda la razón. Si lo tenía claro que en Educación Física ponía más interés, el deporte me apasionaba, el atletismo y el fútbol era lo mío.  

Mi paso por el colegio fue muy corto por motivos económicos. Éramos ocho de familia y en casa solo entraba el sueldo de mi padre y no todos los días. La libreta en la tienda aumentaba. “Apúntame, mañana te pagaré. Mi marido está parado.” Esas libretas tienen su historia. La de un pueblo pobre y envuelto en la miseria. En la panadería, en la tienda de comestibles, la dita.  El ditero recorría todo el pueblo con la cesta al hombro vendiendo telas y prendas de vestir, con su lápiz en la oreja y su libreta. Ahora comprendo a esas personas que tenían un negocio, una pequeña tienda para vender y sacar su sueldo. La intención en sus manos la dejo porque en aquellos años de números y cuentas estaban perdidos por ser la mayoría incultos. Pero el reconocimiento de las hambres que quitaron, apuntando y ya me pagarás más adelante, merece un agradecimiento.

Al cumplir los diez años mi padre me sacó de la escuela para trabajar en el campo. La primera experiencia nunca la olvidaré. Cruzamos la frontera de España para Francia. Un niño emigrante que empezaba la vida de jornalero sin nomina, trabajando en la recolección de la habichuela, los tomates, las manzanas... desde el mes de mayo hasta primeros de noviembre. Un capítulo de mi vida que algún día contaré: mi experiencia de emigrante en Francia.  Un curso que no pude terminar, ni empezar el siguiente. Los motivos: ayudar a la familia a salir adelante para subsistir. Las maletas estaban preparadas para la siguiente temporada del algodón. Camino de nuevo a otro cortijo donde  vivíamos mi familia, apilados en un cuartillo de unos doce metros, ocho personas. Los días de trabajo no se sabían porque todo dependía del  tiempo meteorológico y la cuadrilla que nos juntábamos para la recolección del algodonero. Estábamos en el mes de diciembre y mi padre preparando un nuevo tajo para la cosecha de las aceitunas, donde viviríamos otro capítulo más en las mismas condiciones y circunstancias. 

El tema de esta historia es la cultura y la educación de un pueblo que quería sobrevivir al precio que fuera, sacrificando a sus hijos antes de ser mayores de edad. Fueron pasando los años y el colegio era lo que menos pisaba. Terminé 5ºcurso y en 6º recuerdo que asistí unos tres meses. La vida te va cambiando y te crees que eres un hombrecillo. Ilusión e interés  por aprender tenía pero el tiempo pasaba y los cursos siempre atrasados. Perder tantas horas de clase no me ayudaba a conseguir lo que yo pretendía: una buena educación, una buena formación para el futuro. Estuve dando clases particulares para recuperar lo atrasado. No era fácil recuperar tantas horas perdidas de estudiar.  Igual  que las que perdí de jugar en el recreo con mis amigos porque jugando también se aprende a ser más niño. Por aquellos años podía obtener uno de estos dos títulos: Graduado Escolar, cuando superabas con éxito los objetivos de los ocho cursos de la EGB. Permitía continuar los estudios de Bachillerato o de Formación Profesional. Yo me conformé con el Certificado de Escolaridad que acreditaba haber cursado los ocho años de Enseñanza General Básica. De los cuales falté la mitad.

jueves, 2 de mayo de 2019

Cultura y Educación (Capítulo II)


Estaba en parvulitos y era mi primer año. Recuerdo como explicaba la señorita las primeras letras empezando con las vocales. Poco a poco, en el cuadernillo de rayitas y puntitos con el lápiz, sin control ni pulso, vamos subrayando con trazos grandes y sin precisión. A, e, i, o, u. Paso a paso, aprendimos a unir vocales y consonantes hasta formar sílabas. Solo nos quedaba unirlas y formar las primeras palabras: anillo, mamá, elefante, etc. Todo era muy difícil en este mundo del aprendizaje cuando tienes cinco años. Vamos memorizando todas las letras del abecedario y vamos juntándolas para formar las palabras. Con los vocablos y dibujos en el libro de texto entramos en el mundo de la lectura. La maestra cogía el libro de Álvarez de primer grado y nos leía algunos textos de fábulas y cuentos y todos nos quedábamos con la boca abierta, metidos en ese mundo de la fantasía con personajes de animales o otros seres personificados.
Para colorear los dibujos no disponíamos de lápices de color. Bueno, no todos. Esa caja de cartón alargada “El Pino” donde en su interior contenía seis o doce lápices de todos los colores. Siempre pidiendo prestado a los compañeros o a la señorita, que disponía para estos casos de material.
Recuerdo algunas anécdotas en parvulitos. Los pupitres eran de madera y viejos. Las cabezas de las puntillas sobresalían de las tablas y a veces nos enganchábamos. Yo tuve la mala suerte de ser una víctima de ese percance. Mis pantalones cortos se engancharon y se convirtieron en una falda. Mis amigos lo disfrutaron, se reían a sus anchas, pero yo lo pase muy mal. Agache la cabeza y, avergonzado, ¡qué día más largo! Otra vez aguantando las ganas de hacer caca, para hacerlo en casa, pero el tiempo pasaba y la cosa se puso muy fea. Cuando me di cuenta estaba cagado encima. Yo lo ocultaba para que nada se notará. Era cosa mía. La mierda no se veía, pero para eso estaba el olfato y los compañeros me delataron. Olía a mierda y estaba muy cerca. Tan cerca que yo la tenía debajo. Lo dejo en puntos suspensivos... el mal trago que pasé desde el colegio hasta llegar a casa en la Calleja con las piernas medio abiertas y cagado hasta las trancas.
La señorita a la hora de tomar el desayuno, sentada en su sillón, tranquila abría un cajón de su mesa. En su interior guardaba una bolsa que contenía su desayuno. Acostumbraba a comer fruta. Sacaba una naranja y un cuchillo para pelarla y retirar la cascara. Se quedaba mirando a toda la clase y ponía cara de asesina con el cuchillo en la mano y el brazo en alto. “El que se mueva, hable o parpadee me levanto y le corto la lengua”. Remedio santo. Todos mudos, inmóviles, no nos mirábamos hasta que la señorita terminaba el último gajo. La clase era todo suspense, asustados y con pánico. Esa señorita no se andaba por las ramas. Cuidadito, la lengua estaba en sus manos con ese cuchillo afilado y esa cara de asesina.
Como olvidar algunos momentos que viví en parvulitos mi primera experiencia en el mundo de la educación.

MI MADRE, MI ÁNGEL DE LA GUARDA.

Mi madre, mi ángel de la guarda. Han pasado dos años de aquel atardecer triste de abril; cuando los naranjos estaban en flor, las golondrina...