Mi madre, mi ángel de la guarda. Han pasado dos años de aquel atardecer triste de abril; cuando los naranjos estaban en flor, las golondrinas visitaban sus viejos nidos, los campos de amapolas y los hortelanos preparaban la tierra para plantar. La vida florecía y ella se apagaba a sus noventa y cuatro primaveras.
De niño por las noches cuando estaba acostado la escuchaba murmurar, hablar con alguien en su habitación y estaba sola. Algunas veces le preguntaba: "¿Con quién hablas con las manos juntas y los ojos cerrados?" Ella rezaba y pedía con fe a su Dios por nosotros, sus hijos, que rebosáramos de salud, que nos protegiera y no nos faltara el pan de cada día...Una lista que cada noche le recordaba en sus plegarias y la escuchaban en sus ruegos, fuimos y somos afortunados en salud y amor sin riquezas.
Mi madre, mi ángel de la guarda, una mujer creyente que suplicaba a todos los santos.
San Cristóbal, que los ilumine en la carretera…
San Leopoldo, que no enfermen…
San Pancracio, que puedan sacar adelante su familia…
Jesús Del Gran Poder, que el amor pueda con todo…
Así fue transcurriendo su vida pidiendo para los demás, rechazando el odio, la violencia y dando ejemplo con su cariño.
Nació en La Calleja en una casa con graneros en la parte alta, las cuadras al fondo, el pajar y el corralón donde las gallinas correteaban. Se alumbraban con la luz del candil y la comida hervía a fuego lento en la lumbre de la chimenea. De niña le ayudaba a su madre al acarreo del agua en cántaros y cubos de las fuentes La Molina y La Fontana; a portear la ropa sucia en canastas al cuadril y el lavadero de madera para lavarla en el río y dejar secar al sol tendidas en las ramas de los mimbres. Poco tiempo estuvo en el colegio y aprendió a leer pero no sabia escribir. En los ratos libres jugaba con su amiga La Negrilla. Se montaban en los carros, a la grupa de los mulos, se paseaban en el trillo en las eras los veranos, recorrían el pueblo tirando los potros de las puertas de la calle y haciendo travesuras. Una infancia alegre y triste al vivir a los nueve años la guerra civil y una posguerra dura de hambre, de miseria y muerte para un país que todavía llora a sus seres queridos sin una sepultura digna y luego dicen que todos éramos hermanos...
Sin darse cuenta era una mujercita de pelo largo, ondulado y recogido atrás. Una mujercita que ayudaba en el campo recogiendo aceitunas a medio, en la ciega del trigo y haciendo tomizas con los manojos de esparto.
En su juventud, una muchacha alegre y divertida, que un día se enamoró de un hortelano de las huertas El Remolino, hijo de Manuel el Poeta. Un flechazo le atravesó el corazón, un amor que perduraría toda su vida hasta la muerte. Mi madre acompañada de mi abuela y la Chacha Pepa marcharon a Cataluña, como tantos vecinos buscando una oportunidad, pero el amor tira mucho y ella prefería ver todos los días a su novio Juan el Poeta que estar separada tan lejos en otra tierra. Contraen matrimonio y lo celebran en La Calleja en casa de los abuelos, una boda familiar sin nada de lujos.
Era una época que todo estaba censurado y todo era pecado carnal. Ellos, jóvenes y con deseos de amar, la noche de bodas se dejan llevar por su gran amor. Pronto queda embarazada de su primer hijo, mi hermano Pepe que nace y a los cuarenta días encargaron el segundo, mi hermano Manolo. Este Poeta era muy romántico y la "Ramoncilla", mi madre, se dejaba querer. Una historia de una familia humilde y trabajadora que para salir adelante vivieron de alquiler, de prestado en casa de mi abuela en la Calleja, y en casas de vecinos cuando trabajaba mi padre en otros pueblos. Nace su tercer hijo Juan, en Cuevas de San Marcos, el que está escribiendo y narrando la vida de una madre que se entregó en cuerpo y alma a su familia, un amor incondicional que perduraría siempre.
Mi padre y mi madre decidieron buscar una hija, mi abuela Natalia le reprochaba que solo sabían hacer niños, él se lo tomó en serio y de nuevo otro embarazo. Esta vez tampoco acertaron y nace mi hermano Antonio. La cosa se enreda y de camino viene otro macho mi hermano Ramón. Mi abuela se desespera y mis padres también. ¡Que pasa aquí, con tantas churras Juan! Por fin llegó lo que estaban buscando, mi madre parió una niña, que con tanta ilusión deseaban, cerraría un capítulo de su vida, de no tener más retoños y decide ponerle de nombre Natalia Bienvenida.
Una cuadrilla, seis bocas que alimentar y vestir. Los que dio a luz con ayuda de la comadrona del pueblo y mi abuela Natalia cuando pudo. Los vecinos y familiares se volcaban y llegaban a ver al recién nacido con un regalo bajo el brazo. Las tabletas de chocolate y las latas de la leche condensada era lo más habitual. Era una oportunidad para poder saborear esas delicias que llegaban solo en esas ocasiones. Teníamos en casa una maleta de madera pintada en azul, esa maleta tenía su llave y siempre estaba bien cerrada, ahí guardaban el chocolate y la leche condensada, ¡La de veces que intentábamos abrirla!…
Unos días antes de la semana Santa, el pueblo se envolvía en aromas de azahar de los naranjos del paseo y el perfume de las rosas, los olores a ochíos, a mostachones y magdalenas que desprendía las chimeneas de los hornos de las panaderías. Mi madre cargada con la canasta bajo el brazo, llevaba todos sus avíos para hacer la masa de esas delicias. Cuando llegaba a casa con ese olor que cortaba el sentido, tan calentitos, tan tiernos, tan ricos, la boca se nos hacía agua.
Cuantos recuerdos de una madre. Los mimos y los abrazos cuando estabas malito, cuando estabas triste, cuando comías poco te preparaba el caldo del puchero con sopitas, las gachas de maicena con coscurros y canela, el hoyito de aceite con la onza de chocolate... Los días más especiales en Navidad, la Semana Santa... mi madre con ayuda de la Chacha Pepa se metían en la cocina y con las manos llenas de masa elaboraban los bolos, eran unos albondigones muy grandes que nos encantaban y guardamos la receta. También en la repostería elaboraban empanadillas de cabello de ángel, los pestiños, los rosquitos. Cuántas horas dedicó en la cocina con el delantal puesto, qué orgullosa se sentía al vernos a todos rodeando la mesa y mi padre alegre con su sonrisa. En invierno en las noches frías, todo era poco para echar en nuestras camas, se levantaba las veces que hicieran falta para que no pasáramos frio. En verano no ganaba para sofocones e irritaciones mi madre, por las tardes nos perdíamos buscando el fresquito del río para bañarnos y lo teníamos prohibido. Mi padre se encargaba con el cinto en la mano de recordar las normas, las que nunca cumplimos y en más de una ocasión probamos la medicina del cinturón. Una lucha titánica, la de mi madre, preparar ropa para una cuadrilla, lavar, planchar, fregar y sin ayuda. Los días de feria y la Semana Santa se cogía del brazo de mi padre y nos paseaba muy orgullosa por la calle Ancha, y como siempre muy arregladitos, vestidos para la ocasión.
Los años iban pasando y deciden buscar trabajo para todos. Mi hermano mayor cuenta con catorce años y mi hermana tan solo cinco. Es la primera salida del pueblo con destino a Francia en el año 1970. Fueron valientes y las necesidades de salir de la miseria, porque en aquellos años la libreta de la dita funcionaba así, ¡Apúntame que cuando pueda te pagaré la deuda! Libretas en cada tienda, de comestibles, la panadería…Las familias más humildes no tenían para comer, para vestir, para calzar y todas las necesidades dignas que las personas merecen. Esas libretas quitaron y taparon muchas penas. En las temporadas de la recolección de aceituna y algodón nos desplazábamos a los cortijos. Ahí estábamos currando como personas mayores, con pocos derechos y perdiendo horas de colegio. Nunca los culpé, se vivía mal y aquellos años la calidad de vida era de incultura, de poca formación y un progreso dormido por una dictadura. Los años pasaban para todos y a mis padres también se les notaba las canas y su piel más arrugada. Mi madre veía como sus hijos se iban haciendo mayores, unos jóvenes que querían rehacer su vida para formar su propia familia. Poco a poco las habitaciones se quedaron vacías y en el salón comedor de la casa en una pared fueron colocando las fotos de los hij@s casados al lado de la suya. Pasaron los años fueron rellenando la pared con fotos de los niet@s. El tiempo no se detiene. Eran abuelos y estaban preparados para recibir los bisniet@s, los que cogieron el relevo.
Va para dos años desde que nos dejaste. Hubo un tiempo que por motivos de la vida me llevó a dormir en tu cama articulada, donde pasaste tus últimos años de vida. Para mí fue revivir y sentir de nuevo tu presencia, comprender muchas cosas que no le daba importancia. Ahora entendía lo largo que serian los días para ti sin poner los pies en el suelo y necesitar ayuda para las cosas más básicas. Recordaba cada gesto tuyo, tu mirada, tus palabras de amor a nosotros, tus hijos, porque siempre fuimos tus niños hasta el último día. En mis sueños tú y papá me acompañasteis muchas veces el tiempo que estuve de convalecencia, el motivo o la razón la dejo para mí.
Parecía un ángel entre sabanas blancas, sus cabellos plateados, los ojos adormilados y su rostro de paz. Un ángel de piel suave dormida como una niña. Una luchadora toda su vida, que a veces se reía de su sombra. Alegre y emotiva, una mujer que cambiaba de emisora en la tele cuando había violencia, que disfrutaba con los programas de naturaleza. Los domingos le gustaba ir a misa y la casa llena de fotos de la familia y estampitas de vírgenes y santos. Había llegado su hora sin un gesto de dolor, solo un suspiro penetrante, una despedida de la vida a un sueño profundo...Te ayudamos cuando más lo necesitabas, te dimos el cariño que recibimos, agradecidos siempre por ser como eras, una madre entregada a tus hijos. Tú vivirás en cada uno de nosotros y nunca morirás, porque los recuerdos perduran toda la vida. Dimos sepultura a un cuerpo envejecido y cansado del paso de los años. Tú, que siempre decías que para morir no hay que tener prisas, que siempre había tiempo de estar en el otro lado, que todas las noches hablabas con tu Dios, nos gustaría saber qué hay al otro lado...!!! Descansa en paz, junto a Juan, El Poeta, mi ángel.
De paso por la vida.