En las huertas de La Manga se escuchaban los gallos cantar y los ladridos de los perros. El sol subía y la comadrona bajaba, corriendo por el callejón. Mi abuela estaba de parto.
Naciste en el mes de febrero, en una familia humilde y dedicada a labrar la tierra con sus manos. Los frutales: perales, manzanos, ciruelos… dormían esperando la primavera. Las hortalizas de invierno, en su mejor momento. Acelgas, espinacas, las coles con un verde oscuro, llenas de vida. Las planteras de tomates, pimientos y berenjenas esperando que pase el día de San José, temiendo a las heladas tardías, para ser plantadas.
Mi padre, un niño que corría descalzo por la ribera, y por San Juan saboreaba las mejores brevas bajo la sombra de la higuera. Se bañaba al lado de la nutria y junto a la noria, mirando, con la boca abierta, como subía el agua del Genil por los cangilones y se vaciaba en la acequia, Corría con fuerza la reguera abajo buscando los canteros y se esparramaba en la tierra, dando vida a los hortelanos de las huertas La Manga. Él escuchaba los jilgueros, los verderones, trinar y hacer los nidos en las ramas del granado. Los álamos blancos, las mimbreras, los olmos y el cañaveral le vieron crecer y cada temporada cortar las cañas para las tomateras.
“Los Poetas”, una familia humilde, una más que vivió de la tierra, con su esfuerzo y luchando, día a día, en la ribera de las huertas La Manga y El Remolino.
¡¡¡Felicidades, papá!!!. Siempre estarás en nuestros corazones porque tu alegría perdurará en cada uno de nosotros.
19-3-2021
De paso por la vida.
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