jueves, 5 de marzo de 2020

OTRO DÍA MÁS

Estaba amaneciendo y los rayos del sol entraban por mi ventana, llenando todo el comedor de alegría. Los gorriones saltando y picoteando unos trozos de pan de ayer. Los gallos de mi vecina, desde las siete, están cantando para recordarnos cada día que vivimos en medio del campo. Mi marido es madrugador, y lo primero que hace es ir al horno por el pan recién hecho. ¡Qué hambre me entra! Ver esos bollos calentitos en la panera diciendo: ¿Qué estas esperando? Es una pena y la tentación es más grande que mi voluntad. Qué más da un kilillo de más y mi marido me dice que tengo el peso justo. Entre mis manos ese bollo tan tierno, abierto y el aceite de oliva cayendo de la aceitera, acompañado de ese primer café con leche para espabilarme. ¡Mañana empezaré la dieta para adelgazar! Comienza otro día más, otro día más de la semana, y todos parecen lo mismo, una rutina diaria, llevar la casa y los hijos para adelante, que no es una tontería. En la cuna, mi princesa dormida, es una hermosura que Dios me ha dado. Los hijos desde que nacen te cambian la vida, muchas horas de sueño perdidas y siempre intranquila, cuando tienen fiebre, con los dientes, estreñidos, penosos… Pero es una bendición crear una familia. 

Mi granuja es un hombrecillo, va para cinco años. ¡Manolillo despierta, que ya es la hora! A las nueve en punto toca la sirena y tenemos que estar en la puerta del colegio.  ¡Manolillo, vamos granuja! Así media hora. Ponte la camiseta, el chándal verde y las zapatillas de deporte, que hoy toca educación física. Al final, como siempre lo tengo que vestir yo, para que pego tantas voces y no adelanto nada. Mi  princesa, con las voces, se ha despertado. ¡Manolillo, chiquillo, tómate la leche que la tienes en la mesa!, que no te pase como todos los días que te la bebes fría. Otro cuarto de hora con la lechecita. Qué paciencia me ha dado Dios. 

Mi princesa no puede esperar, la pobre, de toda la noche, tiene el pañal que no le cabe más pipí. Hay que cambiarla, vestirla, darle el biberón y que no llore, porque no encuentro el chupe. ¿Todavía igual? ¡Qué harta me tienes Manolillo, tan calmoso como tu padre! Con el carrito, el niño y la mochila preparada, vamos con la hora tasada, como todos los días. Qué tranquila me quedo cuando lo dejo en el colegio y a mi princesa en la guardería. ¡Me da una pena! pero los fines de semana me acuerdo de que no hay. Me saludo con mis amigas, hablamos de los críos, un poco de todo, unos diez minutos para salir corriendo. 

Las faenas me están esperando y tengo una lista muy larga, como todos los días. Lo primero recoger la ropa sucia y meterla en la lavadora para ir ganando tiempo. Hacer las camas, ordenar la ropa, pasar el cepillo de barrer y recoger las pelusillas y polvillo que parece que nacen. Fregar los cacharros de cocina y dejar cada cosa en su sitio. Lavar la ropa de la princesita a mano para que se quede mejor. Pasar la fregona al suelo de toda la casa. Recoger la habitación de los juguetes que parece un vertedero, todo por medio. Voy a tender la ropa limpia y, de nuevo, poner otra lavadora. Para el mediodía no se qué vamos a comer en el almuerzo.  Como tengo mucho pan duro voy a preparar una porra o salmorejo, así aprovecho el pan que la vida está muy mala con solo un sueldo para cuatro. La nevera está muy pobre y triste. Voy a tener que  ir al supermercado y abastecerla. Dinero para tonterías, las precisas, pero para comer, con alegría, es lo único que tenemos. En casa no compramos jamones  de cinco jotas pero alguno que otro serrano buenecito no nos falta. Ahora tengo que arreglarme y pintarme un poquito. No me hace falta, una que es muy presumida como todas las mujeres. Parece que todas nos hemos puesto de acuerdo esta mañana para hacer las compras y el supermercado está  lleno. Con las prisas que tengo y me quedan la mitad de las faenas, y los críos hay que recogerlos a las dos en punto. 
Mi granuja cuando sale y no me ve le cambia la cara, una cara que pone de tristeza que me rompe el alma.  A mi princesa, tan chiquita, le sale una sonrisa que le coge de oreja a oreja. ¡Qué bonita es! Lo que se parece a su madre. De nuevo corriendo para la casa, a terminar de picar lo que falta, acabar la porra y poner la mesa, que  mi marido come con nosotros y llega con el tiempo justo. Comer y de nuevo al tajo para acabar la jornada. Recogeré la mesa, le daré el biberón y le cambiaré el pañal a mi princesa. Intentaré que Manolillo y la chicuela duerman la siesta, para aprovechar la tarde que se quedará corta. ¡Cuántos cacharros en la cocina y estamos tres gatos! Como siempre tengo todas las papeletas para fregar y dejarlo todo en su sitio. 

Los maridos son todos muy buenos, en lo suyo. Para ayudar en las tareas domésticas tienen poca voluntad. Como no los mandes, poco apoyo tenemos. Ellos son y no son culpables, depende de las circunstancias de cada uno y la enseñanza que sus padres le dieron. Mi madre decía que los machos al campo y las hembras a la casa. Mis hermanos nunca cogieron un cepillo ni una fregona. Era una cosa normal, no nos preocupábamos de si ayudaban en el hogar. Hoy es muy diferente. Poco a poco vamos consiguiendo que las tareas domésticas y de los hijos se repartan en la pareja, como debe de ser. La cosa va muy despacio y siempre se vuelca la carga para el mismo lado y nosotras somos el soporte. A las nuevas generaciones las educaremos y le trasmitiremos la cultura de que entre hombres y mujeres, a la hora de compartir el trabajo y el hogar, no hay diferencia. Las noticias hablan de las mujeres maltratadas. Para ser maltratada no es necesario sufrir daño físico. Las mujeres somos esclavas psicológicamente toda la vida y sin derechos. No se reconoce la labor que cada día desarrollamos. 

Voy a seguir con mi cositas, que hablando no me cunde y, al final, la tarde se me va. Voy a tender la segunda colada de ropa limpia y recoger la primera. Mi Manolillo es un desastre. Parece una fregona y va recogiendo toda la suciedad del suelo y comiendo, no tiene cuidado. Con los dos críos, lavar y planchar es casi todos los días. La plancha tiene guasa. Es lo que menos me gusta de las labores. ¿Qué voy hacer? Si me quejo, el problema no lo arreglo. A planchar. La merienda de los niños, que la siesta se acaba, vamos con la misma rutina de todas las tardes. Para beberse un vaso de leche con galletas o fruta, este granuja, ¡qué sofocones me mete! Menos mal que mi chicuela es una bendición. No marea para nada y siempre preparada para todo. ¡Qué arte y qué gracia, como su madre! Todavía me queda limpiar el cuarto de baño de arriba y ordenar la ropa de los granujas y no he parado. Qué poco dura lo limpio, con el trabajito que cuesta, y cuando llega la noche, miras a tu alrededor y parece que no has hecho nada. Una semanita les daba a estos hombres, que hablan de que las mujeres vivimos tranquilas llevando la casa. Seguro que se tiran de los pelos y lloran por irse a trabajar. A ver, ¿qué preparo para cenar esta noche? No sales de una y tienes otra preparada. Creo que vamos a cenar un revuelto de huevos con papas y cebolla y unos filetillos de lomo. Al niño le prepararé una tortilla francesa, que se la come muy bien, y con mi princesa no tengo problema. Un potito de ternera con verduras. Parece pronto para picar las papas y las cebollas. Daré una vuelta por el parque con los niños que los pobres están aburridos y yo me despejo un poco también, que nos dé el aire. 

Una hora de sosiego para, de nuevo, entrar en casa y seguir metida en la cocina, preparando la cena. Mi marido se hace cargo de los niños, que es una ayuda muy buena. Los baña, les pone los pijamas y los entretiene. Es el único momento del día que puede estar con ellos. Cuando estamos comiendo hablamos de lo nuestro, las cosillas del día y del trabajo. El sueldo no lo suben y todos los años dicen lo mismo, el año que viene. Estamos arreglados con estos empresarios, solo quieren que rindas mucho y todo les parece  poco, pero al final de mes, la misma nómina. Manolito esta noche ha comido muy bien y mi princesa también. 

Después de un día de cole, juegos, carreras y saltos se le están cerrando los ojitos al granuja. Su padre, con todo su amor, le dice: Vamos, Manolito, para tu cama que es la hora de dormir, pero primero te contaré el cuento de…. 

La vida real del 95% de las mujeres. Si están casadas, con hijos y trabajando lo tienen peor. Llevar una  casa es una lucha y todos los días son iguales o parecidos. Lo que no hacen por falta de tiempo o cansancio, lo tienen  para mañana. Un trabajo no reconocido, no valorado, no está pagado y el  90% de los hombres no saben reconocerlo. Nunca es tarde y todos deberíamos echar una mano. No como obligación, ni por cumplir, si no como un derecho. Los hijos y llevar una casa corresponde a los dos, al vivir bajo el mismo techo.
 
He contado la vida diaria de una mujer trabajadora, con un poco de humor, por decir algo. Son muchas cosas las que se me quedarán en el tintero porque no he hablado de hacer una limpieza a fondo en la casa.  Con esto, quiero que los hombres nos pongamos en su lugar, sólo por un día y valoremos el trabajo que realizan sin pedir nada.

De paso por la vida.  

1 comentario:

  1. Muchas por tu información y por tus consejos, hacen falta los datos para saber que esto ha ocurrido siempre y no podemos bajar la guardia. Yo pienso que la naturaleza es muy sabia y ha decidido leernos un poco la cartilla porque está harta de dar y dar a todos lo mejor que tiene y a cambio solo recibe desagradecimiento y abusos por parte de todos. Este castigo servirá para que la atmósfera se limpie. Las ciudades respiren y descansen del trasiego y mal uso de los servicios, y que los jardines granen tranquilos la flor que en Abril y Mayo florecerán.
    Espero que al final de esta pesadilla mejoren los comportamientos que tenemos todos y valoremos lo importante que es respetar el entorno la libertad del individuo.
    Con la esperanza de que nos volvamos a ver muy pronto, un saludo.

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