jueves, 13 de febrero de 2020

SIN FECHA NI DESTINO

Esta carta sin fecha ni destino está escrita con todo mi amor y el dolor más profundo a la mujer de mi vida; ella no la espera y yo no la olvido. Han pasado diez  años, cuatro meses y quince días; estaba amaneciendo y los gallos cantaban, su canto era triste y frío, como una despedida. Entraba la primavera y los campos rebosaban vida, por la vieja ventana de madera medio abierta, el olor azahar de los naranjos envolvía la habitación  con su aroma, y un rayo de sol traspasaba los visillos reflejando en su cara una sonrisa perdida. Con toda su lucidez sacó fuerzas de donde no había, y con voz tierna y rota pronunció sus últimas palabras para decirme que estaba preparada. Había llegado su hora. Sus manos acariciaban las mías con ternura mirándome a los ojos. Por sus mejillas corrían dos lágrimas como dos gotas de rocío,  poco a poco se fue apagando en un suspiro profundo que cortaba el aire como un puñal de hoja fina arrebatándole la vida. Si grande era mi pena, más fue la suya.

Yo te perdí para siempre, tú  te marchaste sola, con las manos vacías; atrás dejabas todo por lo que tanto luchaste. El día se hizo noche, el corazón añicos, y la alegría de la casa se desvanecía. Nuestro amor que nació una primavera paseando junto a la orilla del río, rodeado de álamos blancos y mimbres, el canto de los pajarillos nos arrullaba...Fue nuestro primer beso a escondidas. Tu cara sonrojada y mirada dulce me desbordó  el corazón, y aquel día te jure que sólo nos separaría la muerte.

Cuando te fuiste, compañera, abuela, madre y esposa, nunca llegué a concebir tu pérdida y exclamé al mundo lo injusta que es la vida. Recordar tus palabras me consolaba….¡Hay que ser agradecidos por los años  que hemos vivido juntos, no olvides que otros tuvieron peor desdicha; en esta vida estamos de paso, el momento es lo que cuenta, lo bueno y lo malo son compañeros, que igual que te dan te quitan!

La ilusión de ver nacer a tu nieta te mantuvo más tiempo a nuestro lado, grabado lo tengo en mi mente. Una paz interior y sosiego llenó un hueco en tu corazón, al ver entre tus brazos esa vida nueva que con tanta ternura acariciabas. Había llegado el nuevo relevo. Ella lleva tu nombre, María,  para no olvidarte nunca. Van pasando los años y parece que fue ayer cuando te despediste. No puedo evitar derramar unas lágrimas al abrir la puerta del ropero, donde siguen colgados tus vestidos, el vestido rojo que nunca te pudiste poner esperando un soplo de esperanza; el de novia que nunca quisiste desprenderte de él. En el joyero está tu alianza de desposada, el juego con la gargantilla, los zarcillos y la pulsera que te regalé por nuestras bodas de plata. ¿Recuerdas la primera vez que nuestro amor  se consumó? Fue una noche apasionada, como las olas del mar acariciando la arena, como una tormenta de verano; un amor que fue creciendo y dando su fruto; toda una vida juntos.

Durante el día me refugio en el calor de nuestra familia, siempre están ahí , cuando más los necesito, cuantas veces dicen: ¡si mamá estuviera con nosotros!
Tu nieta María es una mujercita, con tu cara y la misma sonrisa. Cada noche, cuando cierro la puerta de la casa, el mundo se me cae encima, la soledad es mi compañera, la almohada mi amiga, sólo me consuela soñar con los ojos abiertos recorriendo cada momento que vivimos juntos; espero algún día estar de nuevo a tu lado. Cierro esta carta sin fecha ni destino a la mujer de mi vida, tú no la esperas y yo no te olvido.

De paso por la vida.

Juan Reyes

martes, 4 de febrero de 2020

¡PARA MORIR NO HAY QUE TENER PRISA!

Decía mi amigo “Para morir no hay que tener prisa”. Pronto cumpliría los noventa años y no encontraba el momento justo para despedirse de esta vida. Vivía obsesionado con la muerte, la suya. Con su edad pensaba que le perseguía a todas partes. La única esperanza y tranquilidad que tenía: creer que se había olvidado de él. Cada uno tiene su día, su hora y una fecha, cosas de las matemáticas, los números o el destino. En un momento tan íntimo, donde es una lucha entre dos y la realidad es uno mismo.  No hay un perdedor ni un ganador, se vive y se muere. Me decía: “si muero que no sea a oscuras. Dejadme la ventana abierta para que pase la luz del día. Si es de noche, una bombilla encendida, tengo tiempo para estar en lo tenebroso. No me importa la muerte, si no es la mía, no la buscaré, me repela pensarlo, igual que el aceite y el agua. Una muerte digna y tranquila,  una despedida sin pañuelos ni lágrimas, un adiós con una sonrisa. A donde voy no me esperan y no creo que me echen en falta, qué más da uno u otro.  Sé que morir es una parte de la vida, pero sin prisa. No hay que reírle a la muerte, ni llorar si no llega. Pienso que todos estamos apuntados y mi apellido empieza por la R. Morir sin ganas no tiene gracia, morir por morir no entra en mis planes. No te alegres de la muerte de otro, tuviste suerte y pasó de paso. Nunca es el momento.”- me decía- “siempre hay tiempo en el tiempo. Cuando llegue mi amiga y compañera, la que convive conmigo desde que nací, la recibiré como una parte más de una sinfonía, donde la música y las voces de fondo suenen, vivir o morir, sin segundas oportunidades. Si puedo elegir lo tengo muy claro, no deseo la muerte que significa fin de la vida. Mi pena es que me iré dejando atrás lo que tanto he amado y luchado, mi familia. Otra parte de mi vida que echaré de menos, donde me sentía más libre,  y una libertad  encontrada, otra forma de amar la vida, rodeado de la naturaleza. La que sentía como mía, hablando en voz alta en mi interior con ella. Lo tenía muy claro, que vale la pena luchar por este mundo, un regalo prestado. Su creador o inventor, un soñador con un espíritu y una imaginación desorbitada. Una inteligencia sobrenatural proyectada en un espacio vacío, dando vueltas en una parte del universo. Sin saber dónde empieza y donde acaba. Nada creado natural en esta vida es igual, como los copos de nieve, como las gotas de agua, los granos de arena, los seres humanos…”

Cuando naces nadie te pregunta si querías vivir. Fue fruto de un amor verdadero y deseado o una noche apasionada llena de hormonas incontroladas.  Para morir no hay respuestas, solo se necesita estar vivo. Se puede morir de amor. Se puede morir de risa. Se puede morir de pena. Se puede morir a gusto. Se puede morir de hambre…  Para morir no hay que tener prisas. La vida está compuesta de partituras como la música. Unas de alegrías y fortalezas, otras de angustias y penas, otras donde solo tú la compones, adaptando  el ritmo y los pasos. Una vida de rosas y espinas, de jazmines florecidos. Una vida de damas de noche y limoneros luneros. Una vida de novelas y fábulas. Una vida de sueños inacabados y visiones imaginativas. Una vida donde te sientes ave y presa. La vida y la muerte es una sola, que se aman y pelean, no se miran a los ojos, desconfían una de la otra, pisándose los talones. La muerte de la guadaña y las tinieblas, una sombra que te abraza y te aprieta. Para comprender y entender que la vida es algo más, deberíamos morir al menos una vez como experiencia. No sabemos valorar ni apreciar que estamos viviendo en un mundo, que hasta el día de hoy, es único. El que ha vivido una situación entre la vida y la muerte ha cambiado para mejor persona y sabe de lo que hablo.  Todo es un pensamiento subjetivo, una forma de ver la vida y la muerte. Mi personaje rozaba los noventa años, se reía de la vida respetando la muerte. Por sus vivencias y experiencia se reía con los ojos llorosos y las manos temblorosas. Se reía escuchando hablar, de lo mal que está la vida. Él que durmió en el suelo, entre la paja, comió alcarciles y los cuscurros de pan los mojaba en el aceite de las mariposas de alumbrar. Él que perdió muy pronto el amor de su vida. Se reía. Una risa que se le movía la dentadura y una mirada de tristeza que cortaba el alma. Los noventa le pesaban sin perder esa sonrisa, aguantando el temporal, con las velas recogidas. Un barco que se va a la deriva. Cuando le hablas de la muerte  su respuesta es siempre la misma. Para morir no hay que tener prisa. 

De paso por la vida.

Juan Reyes.

MI MADRE, MI ÁNGEL DE LA GUARDA.

Mi madre, mi ángel de la guarda. Han pasado dos años de aquel atardecer triste de abril; cuando los naranjos estaban en flor, las golondrina...